-Disculpe –dijo una vocecilla femenina– ¿me puedo tomar una foto con usted?
-Por supuesto –dijo sin prestar atención, maquinalmente, comenzando a forzar su natural sonrisa cuando vió dos ojillos de una chiquilla de apenas cinco o seis años–. Ven acá.
La tomó en brazos mientras la madre se apresuraba a tomar la fotografía antes de que le estrella del motor saliese huyendo.
-Muchas gracias, señor Castroneves –dijo el padre que estaba de pie a pocos metros de la estrella de las IndyCar Series–. Siempre fui gran admirador de usted… y también de Jeff Gordon.
-Jeff es buen tipo –dijo regresando a la chiquilla al suelo–, pero que empieze a temblar porque el año que viene me pasaré a la Nascar.
El padre de la niña sonrió algo sorprendido, pues nunca había oído nada al respecto ¿sería una primicia? Agarró a su hija y, mientras la madre comprobaba que la foto hubiese salido bien, la niña preguntaba mientras se alejaban “¿quién era ese señor?”.
Helio Castroneves se sonrió. Una mano le tocó en la espalda y oyó complacido como sonaban unas palabras en portugués.
-Dile a estos tipos que se dejen de tonterías con tanta seguridad ¿acaso no saben quién soy yo?
-Si –dijo Helio girándose–, el más irrespetuoso e insolvente de los pilotos del mundo. A mis brazos, amigo.
Ambos se fuendieron en un abrazo.
-Hace mucho que no comes una buena carne ¿verdad? –dijo Helio.
-Demasiado –respondió Rubens mientras subían al Mustang del 69 descapotable de Helio–. De hecho, no recuerdo ya si alguna vez comí buena carne.
-Te voy a llevar a un lugar donde la comida es espectacular… y las vistas también. No está lejos, apenas 15 millas.
-¿Vendiste el Plymouth Barracuda?
-No, lo tengo todavía, es mi capricho –dijo Helio, mientras hacía rugir con placer el motor del Mustang.
Los dos ocupantes del coche eran amigos desde hacía mucho tiempo, de ese tipo de amigos que con un silencio se le decían todo. Si Rubens no decía nada de su familia, Helio entendía que todo estaba bien, y si Helio comentaba algo de su mujer, Rubens sabía cuándo debía inmiscuirse o no. El trayecto por la autopista Palmetto Expy se hizo casi en silencio, con un amigo concentrado en la conducción y otro que disfrutaba en las tierras floridianas del mundo que no podía disfrutar en Europa.
Llegando a la salida en la que figuraba "SW 216th St", cerca de la universidad, Helio siguió por la autopista, y Rubens le miró dubitativo.
-¿Dónde vamos? –preguntó–. No me mates que el vuelo ha sido largo.
-Tranquilo, Rubinho, ya casi estamos.
Helio sacó el coche de la autopista pocos minutos después y comenzaron a aparecer carteles anunciando carreras de coches en varias categorías automovilísticas y, al final de la 137 Avenue, se divisaba una construcción parecida a un gran estadio de fútbol, el Homestead Miami Speedway. Rubinho iba distraído, pensando en que estaba algo cansado y toqueteaba la radio del Mustang, sin prestar demasiada atención a nada. Por fin, Helio aparcó en la entrada del speedway y se dirigieron ambos a la planta superior del recinto, donde se anunciaban varios restaurantes. Al salir del ascensor, Rubens Barrichello abrió los ojos y miró a la derecha. Un delicioso olor a carne asada había inundado todo su ser. Sí, allí estaba el restaurante. Helio le entregó las llaves del Mustang a un joven del restaurante y le dió una generosa propina. El joven acomodó a sus dos ilustres visitantes en una mesa cuya vista abarcaba toda la recta principal del circuito, además de las curvas uno y dos.
- ¿Qué tomarán? –preguntó solícitamente el camarero–. Tenemos mucho de todo.
Después de encargar la comida, Helio, examinó detenidamente la mirada de Rubens que, tras mantenerla unos instantes, la apartó, fijándose en unos trabajos que estaban haciendo abajo, en el circuito, unos operarios. Fue Helio el que tomó la palabra.
- No eres feliz, amigo. ¿Qué ocurre, marcha todo bien en la familia?
- Mi vida personal es maravillosa, Helio –respondió Rubens, que más cómodo, volvió a cruzar su mirada con la de su amigo–, soy completamente feliz, pero no soy dichoso en la F1. Sé que puedo dar más, pero siempre aparece algo o alguien que me impide llegar a lo alto. Siempre he estado en equipos medianamente buenos, incluso en el mejor, pero aquello fue un infierno ¿no tendrás un sitio en la Indy?
Helio estalló en una sonora carcajada, mientras golpeaba amistosamente la cara de su amigo, que se empezaba a sentir ninguneado. Su vida en la F1 no había sido un camino de rosas precisamente, y no le gustaron nunca las chanzas con ese tema, que en definitiva era su vida.
- Eres un jovencito todavía, Rubens –dijo Helio, enjugándose las lágrimas de risa–. Crees que todavía tienes fuelle, y yo me lo creo, pero tienes una edad y, según vas cumpliendo años, te vuelves menos temerario. Igual me pasa a mí ¿no crees que yo pueda seguir luchando con los jóvenes...?
- Claro, Helio, pero tú ya has ganado las 500 millas, pero yo no he ganado nada, y necesito, no luchar, sino ganar por...
- Tranquilo Rubens –interrumpió Helio–. ¿Y no te has parado a pensar que nuestro tiempo en esto del motor ya está pasado? ¿qué podemos aportar casi cuarentones como tú y yo? ¿experiencia? No me hagas reir, que eso lo consigue un joven en un año. Crees que tu sapiencia es algo impagable, pero no es más que un coco-wash que nos hacemos los que no tenemos otra cosa que experiencia. Además, tú estas bien considerado en tu equipo y te mantendrán la temporada que viene ¿no?
- Si, el viejo Frank me quiere mucho y me valora, pero en el equipo hay una sensación de que el 2011 será el de un nuevo despegue de Williams, y se están moviendo muchas cosas, incluso Frank se está haciendo a un lado. Un año más, solo pido eso –añadió Rubens, mientras daba un largo suspiro.
- Pero Rubens, no me has respondido a la pregunta ¿por qué deberían mantenerte en el equipo? A mí en Penske no me queda mucho ¡y menos mal que gané las 500 el año pasado, que de no haberlo hecho, estaría criando girasoles en el Mid-East! Tenemos tres coches en parrilla y el jefe quiere dos; Will Power viene pegando fuerte y no creo que pueda pegarme con él, por lo que tengo que rezar para que Briscoe lo haga peor que yo, pero aún así ¿cuántos años puedo dar? ¿dos, tres? A eso se le llama prolongar la agonía. Dentro de muy poco tiempo –comenzó a decir Helio, mostrando un semblante serio en extremo– tú y yo ya no estaremos en las apuestas deportivas, estaremos borrados de las listas de pilotos. Querido Rubens, nuestro tiempo ya pasó.
Rubens no quería oír lo que Helio le estaba diciendo, pero sabía que su amigo estaba en lo cierto. Ensimismado volvió la cabeza a la cristalera que tenía a su izquierda, y distraído, comenzó a buscar la salida a su angustia.
- Helinho ¿y si nos montamos un equipo en la Nascar? Hablamos con Petrobras y tendremos el apoyo seguro.
Helio comenzó a reír a carcajadas, pues estaba recordando la broma que le gastó al padre de la niña que se fotografió con él en el aeropuerto.
- No es tan fácil Rubens. aun siendo los de la Nascar unos pueblerinos retrógrados, tienen su tenderete muy bien montado, y es muy caro hacer algo con medianas pretensiones, además ¡tú no has dado una vuelta a un óvalo en tu vida! Es completamente diferente a los circuitos que estás acostumbrado, esa forma de moverte en la pista jamás la has visto. Fíjate en Juan Pablo, que lleva ya años de adaptación, y un par de temporadas con el mejor material posible y ya ves lo que está haciendo. No, Rubens, no es la solución... aunque quizá en la Nationwide.
- ¿Lo movemos? –dijo Rubens con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¿Y qué seremos, el dúo de abuelos churrasqueros amazónicos? –bromeó Helio, que empezaba a verlo como una lejana posibilidad, pero de la que necesitaba convencerse.
- No, Helio. Hablo muy en serio, y tú lo has dicho antes ¡nos quedan meses, algún año más en alta competición! Yo necesito correr y tú también, te conozco de sobra. Hacerlo en una segunda división de la Nascar sería bueno porque la exigencia no es tan grande ¿o sí? Piénsalo, pero no lo veo descabellado.
Mientras Rubens argumentaba, Helio se concentraba en un pequeño trozo de carne que le acababan de dejar en la mesa. Toda un delicia, pensó el todavía piloto de Penske, mientras se preguntaba si no sería su porvenir compartir equipo con Rubens en los óvalos de la Nascar.
"Haz lo que puedas, con lo que tengas, estés donde estés"
Theodore Roosevelt